Me tiene hasta los cojones el lenguaje incluyente, que sólo ocurre en actos públicos y para quedar bien. Nada tiene que ver realmente con inclusión y muchas personas que defienden esa posición se equivocan, a veces inocentemente. Tengo mucho que decir al respecto, pero sólo quiero citar algunos argumentos contundentes sobre el tema. Disfrútenlo, piensenlo y discútanlo.
A continuación un fragmento de un artículo de El malpensante nro 143 escrito por Guillermo Angulo donde se ilustra claramente el primer argumento o mi primer mosquetero: el puro y simple pragmatismo.
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Lean lo que sería un fragmento apegado a la regla de incluir a los géneros masculino y femenino de manera estricta: un doloroso galimatías. Para deleite de nuestros lectores, nos —aunque indignos— osamos reproducir un trozo de un delicioso artículo que el escritor español Julián Marías publicó hace tiempo en México y que reprodujo parcialmente en Colombia, Conversaciones desde la Soledad. Que Dios nos perdone el atrevimiento y nos proteja de la lluvia de piedras que probablemente lloverá sobre nuestra desprotegida testa. Aquí va el texto, con el respectivo agradecimiento a Santiago Mutis, su descubridor:
Los ciudadanos españoles y las ciudadanas españolas estamos hartos y hartas de pedir a nuestros y a nuestras gobernantes y gobernantas que se ocupen de los niños y las niñas inmigrados e inmigradas, que llegan recién nacidos y nacidas, famélicos y famélicas, desnudos y desnudas, sin dónde caerse muertos y muertas. Nuestros y nuestras políticos y políticas se ven incapacitados e incapacitadas para afrontar el problema, temerosos y temerosas de que los votantes y las votantes los y las castiguen: el que y la que sea partidario y partidaria de que esos niños y esas niñas sean españoles y españolas a todos los efectos, teme la reacción de los y las compatriotas y compatriotos proclives y proclivas a frenar el flujo de extranjeros y extranjeras —sean adultos o adultas, niños o niñas, recién nacidos o nacidas— y amigos y amigas de una población compuesta por individuos e individuas autóctonos y autóctonas, homogéneos y homogéneas racialmente: los ciudadanos y las ciudadanas, en suma, que no creen que todos los hombres y las mujeres son iguales o igualas.
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Desastroso: dice muy poco, se entiende menos y es insoportable. ¿Y qué pasa si, para ser realmente incluyentes, nos inventamos otros sufijos para especificar los otros géneros: homosexual, transexual, intersexual, bisexual? El segundo argumento, es que este es un tema demasiado cosmético que diluye en perogrulladas los verdaderos problemas: mujeres devengando menos que los hombres por el mismo trabajo, segregadas a labores domésticas, abusadas ampliamente, etc. Eso no lo cambian forzando cosas en nuestra gramática que es neutral, sigue principios pragmáticos dictados por el uso, por las costumbres, no por las academias como algunas personas piensan. Permítanme agregar esta última idea como el tercer mosquetero: ese lenguaje no es común, sólo lo usan personas interesadas en quedar bien, no es práctico y no es avalado por la RAE quien registra el uso de la lengua pero no la impone. De hecho, probablemente sería la primera vez en la historia del español que nos inventaríamos algo que no existe en la lengua para complacer a unos pocos.
Finalmente el cuarto mosquetero (o el cero, no sé). Otra posición mucho más técnica la propone este artículo que lamentablemente no dice quién fue la autora: http://www.elclubdeloslibrosperdidos.org/2015/06/sobre-ignorantes-e-ignorantas.html Su argumento principal, es que en una de las formas de componer nombres usamos el participio activo del verbo ser, el cual es ente. Entonces cuando queremos nombrar a la persona que tiene la capacidad de hacer lo que expresa el verbo: cantante, atacante, estudiante, etc. Esta terminación es indiferente del género porque es un sufijo derivado del verbo ser. Sin mencionar que, si fuera tan simple como cambiar una letra, otras construcciones tendrían el género invertido: el dentisto?, el pediatro?, un machisto? Leanlo, es un escrito muy corto y contundente, pero más aún: piensen en lo que quieren imponer sobre la lengua española y todas las barbaridades que se derivan de ello. El español es bello y tiene mucho espacio para los géneros, si lo usamos bien y sin fanatismos lo enriquecemos, de otra manera no hacemos más que deteriorar una base simple muy expresiva que permite gran creatividad.